Cosas que voy aprendiendo con la maternidad II: la separación

Muchas veces me pregunto a mí misma desde dónde estoy haciendo las cosas con mi hija.  Una de las cosas que más “vigilo “ es si las hago desde sus necesidades o desde las mías, especialmente cuando la angustia de separación y la culpa aparecen en escena.  Me explico.

Cuando me separo de mi hija, siento una mezcla de angustia y culpa.  Se me pone una tensión en la tripa y en la base de la espalda que me impulsan a volver cuanto antes.  La intensidad depende de las circunstancias, por supuesto (por cuánto tiempo me voy, para qué, con quién se queda ella…).  También hacen que elija y organice cuidadosamente esos momentos.  Y para mí está bien que sea así.  Porque sospecho que son sentimientos mamíferos que vienen en el pack psicobiológico del apego y la maternidad, con la función de asegurar la proximidad mamá-bebe, imprescindible para la supervivencia y el desarrollo.  Un mecanismo similar al que hace que mi bebé también sienta algún tipo de malestar cuando le dejo.  Nos guste o no, la naturaleza ha dispuesto que las madres seamos insustituibles*.  Vistas de esta manera, la culpa y la angustia de separación en la madre y en el bebé son manifestaciones de un vínculo sano.

Así que he decidido abrazar la culpa y la angustia.  Y me chirría leer mensajes supuestamente feministas como “no sientas culpa por destetar, por dedicarte un rato para ti, por irte a trabajar”.  Eso es como decirle a alguien que no se sienta triste por algo que ha perdido.  Como siempre digo, las emociones son reacciones psicobiológicas, no puedo evitar que aparezcan.  Lo que puede convertirlas en una experiencia difícil es lo que me digo a mí misma sobre lo que pasa, o lo que hago con ello.  Si leo y oigo en todas partes que no me sienta culpable, aún me sentiré más culpable o inadecuada.  Hay momentos, escogidos con conciencia, en que elijo separarme de mi hija para satisfacer mis necesidades y, simplemente, acepto y sostengo las emociones que surgen (simple no significa fácil).  Cuando regreso, esas mismas emociones me empujan a reparar la desconexión, a reconectar.  A veces incluso a reparar mi propio sentimiento de desconexión más allá del que pueda tener mi hija.  Y ése es otro momento que exige un esfuerzo extra de conciencia, para que el abrazo o el juego no interfieran y “ahoguen” u obvien sus necesidades.

Por si ya era difícil atender a las señales de mi cuerpo para saber lo que necesito, ahora tengo que mantener una atención “dual” a mis señales y a las señales de mi hija.  Me siento como si estuviera haciendo un máster intensivo en gestión de necesidades momento a momento.

*Donde digo madres me refiero a la figura maternal, que no siempre es la madre biológica.

Fotografía de Fabrizio Conti

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