Amar sin medida
Este bonito escrito de Marian Quintillá, que inmediatamente he traído a mi terreno actual de madre reciente, me ha dado el empujón que necesitaba para retomar el blog.
En estos 15 meses de maternidad, he hecho todo lo que he podido y lo mejor que he podido. Me he dejado guiar por mis tripas, mi corazón y mi cabeza alineados, y me he sentido en paz. Agotada, a veces triste, otras enfadada, contenta, lo que tocase, pero en paz. Para mi sorpresa, la verdadera batalla no ha sido interna, sino externa: hacer lo que yo sentía que estaba bien a pesar de lo que a mi alrededor se condenaba, desaprobaba, sugería, indicaba. No hablo de otra cosa más que de lo que toda mujer puérpera primeriza ha vivido: los consejos bienintencionados de madres, padres, abuelXs, tiXs, compañerXs, cuñadXs, amigXs…. Como decía, he tratado de hacer lo mejor que he podido y seguir mi instinto. Pero todas estas voces autorizadas (por su experiencia y, a veces, por su cercanía) me advierten del peligro: “no lo cojas tanto en brazos que se acostumbrará”, “si le haces tanto caso se volverá una tirana”, “déjale que llore, así aprenderá a dormir sola en su cuna”, “dale biberón que así dormirá del tirón”, “te utiliza de chupete”… En un momento de vulnerabilidad como es el postparto, estos comentarios los he vivido como auténticos mandatos, muchas veces contradictorios con lo que las tripas me decían. Ahora, intentando ponerle cabeza a todo esto, me parece que son mandatos que tratan de reproducir el mundo que hemos creado.
Un mundo en que el amor es algo que se mide, que se raciona, por si acaso, por miedo. Un mundo en el que es peligroso entregarse, fundirse con el otro, fundirnos con nuestros hijos, amarlos incondicionalmente. Qué dificil es amar en nuestra sociedad. Un mundo individualista y competitivo en el que el ideal de adulto independiente que compite por los recursos da lugar a un estilo de crianza que mete prisa a los bebés para que aprendan a estar y bastarse solos, que les atribuye intenciones manipuladoras y caprichosas. Un mundo que da prioridad a las necesidades adultas frente a las necesidades de la infancia, que fuerza a los bebés a adaptarse cuanto antes a los ritmos y costumbres adultas. El miedo preside el amor desde que nacemos.
Esta historia es la historia de una sociedad que ignora su naturaleza. Y la historia de muchas madres y muchos padres que encuentran en este estilo de crianza cierto consuelo cuando eligen priorizar sus necesidades y no pueden sostener la culpa. Lo cierto es que estamos hechos para ser INTERdependientes. El que se queda afectivamente solo, muere, literalmente. Por eso los bebés reclaman con todas sus fuerzas a su madre. No es una cuestión de capricho, sino de supervivencia. El apego es un sistema psicobiológico innato, no una moda progre.
A amar se aprende amando y siendo amado. En realidad es lo mismo: amo tal como he sido amado. El mismo amor que recibí de mis padres es el amor que doy (a mi mismo, a mi pareja, a mis iguales, también el que les devuelvo a ellos).
Así que vamos a poner conciencia. No nos hagamos los despistados, refugiándonos en el “siempre se ha hecho así”, “pues a mí me criaron así y no he salido tan mal”. Sabiendo lo que la ciencia nos dice, escuchemos nuestro corazón y nuestras tripas. Y desde ahí decidamos con responsabilidad cuando coger a nuestros pequeños en brazos y cuando dejarlos llorar, cuándo priorizar nuestras necesidades y cuándo las suyas. Decidamos con conciencia y libertad entregarnos o no al amor. Protejamos a las mujeres puérperas, enormemente vulnerables, y dejemos que hagan y amen alineadas y en paz.