Conflictos

Conflictos

El otro tiene la culpa, yo tengo la razón.

Estamos condicionados culturalmente para responder a los conflictos con el paradigma yo-otros, buenos-malos, inocentes-culpables.  Desde un enfoque psicobiológico y evolutivo de competición por los recursos para la supervivencia, tiene sentido porque facilita la deshumanización del otro y, por tanto, el ataque.  Cuando necesito invadir el territorio del otro para conseguir los recursos que necesito para sobrevivir, o si me he de defender de la invasión del otro, necesito verle como el malo, el enemigo, el monstruo.  Así le despojo de los sentimientos y las necesidades que le hacen tan humano como a mí, porque si conecto con él paso a verle como a un igual, y ya no puedo atacarle.  Porque estamos diseñados para conectar con nuestros iguales.  “La motivación intrínseca más poderosa que tienen los seres humanos para actuar es el deseo de satisfacer sus propias necesidades y las de aquellos con los que se sienten conectados.  Esta motivación se ve reforzada cuando la persona experimenta la libertad de elegir para realizar una contribución al otro” (Kashtan, 2014).  Pero incluso entre aquellas personas con las que me identifico, que son como yo, que están cerca de mí, puedo ver en un momento dado un otro si me hace sentir atacado, agredido, amenazado o asustado; si dejo de confiar en que mis necesidades son importantes para él; ese amigo que se ha burlado de mí, una pareja que me traiciona…. La diferencia provoca división aun dentro de un mismo grupo.  

El conflicto da miedo. Y desde ahí la rabia nos trae la energía necesaria para luchar, ganar la batalla y hacer justicia.  Entonces el culpable, el que se equivoca, es castigado.  El inocente, el que tiene la razón, es premiado.  Y así vivimos los conflictos enzarzados en el “quién tiene la razón” o “quién tiene la culpa”.

Sin embargo, esta fuerza es muy reactiva y sin profundidad (Quintillá y Creixell, 2017).

Cuenta Tara Branch en una de sus conferencias que una tribu africana, los Ku, de Matobo, utilizan el ritual del hombre ahogado cuando alguien es asesinado.  Su familia va a la orilla del río y el asesino es sacado en un bote.  Atado de manera que no pueda nadar, es arrojado a las aguas profundas del río.  La familia del asesino ha de decidir entonces si dejarlo ahogarse o salvarle.  Los Ku piensan que si la familia lo deja ahogarse, lo que podríamos considerar una forma de venganza, logra justicia, pero nunca sana la herida de la pérdida.  Sin embargo, si le salva, admitiendo que la vida no es siempre justa, y si acepta la realidad de la pérdida, ese mismo acto de salvar al asesino puede comenzar a sanar su dolor.  Los Ku dicen que “la venganza es una forma perezosa de duelo” 

Si extendemos esta idea de venganza a todos esos momentos en que culpabilizamos, castigamos, criticamos, humillamos, atacamos…. A todos esos momentos en los que nos esforzamos por demostrar que somos nosotros los que tenemos la razón y no el otro, en que luchamos por ganar la batalla, son momentos en que nuestra atención se desvía del lugar que realmente necesita ser atendido: nuestro dolor, nuestro miedo, nuestras necesidades no satisfechas, cualesquiera que sean.

 

Más allá del miedo, la ira, el juicio y la venganza

Cuando miramos más allá, el conflicto no es más que el encuentro entre necesidades no satisfechas, que muchas veces ni siquiera son diferentes, puesto que compartimos unas necesidades básicas universales.  A veces el conflicto está únicamente en las estrategias que utilizamos para satisfacerlas.  Cada persona tenemos una estrategia preferente de lidiar con los conflictos, aunque podemos utilizar diferentes estrategias según la situación, y según cómo el otro responda al conflicto:

  • Demandar, enfrentarse o luchar: lo que yo necesito es lo más importante; satisfago mis necesidades a expensas de las tuyas.  Te empujo para ganar tu terreno.  En ocasiones tenemos la fantasía infantil de que son los otros los que deben adivinar y satisfacer nuestras necesidades sin tener que pedirlo explícitamente.  
  • Acomodarse, conformarse o ceder: lo que tú necesitas es es lo más importante; satisfago tus necesidades a expensas de las mías.  Me empujas y te dejo ganarme mi terreno.  Puede que ni siquiera seamos conscientes de lo que necesitamos o, si lo somos, no nos atrevamos a pedirlo o satisfacerlo, por miedo al rechazo, vergüenza, etc.
  • Retirarse, evitar, huir, ignorar: es demasiado difícil de abordar; ni tú ni yo satisfacemos nuestras necesidades.  Me voy, no hay encuentro.
  • Conciliar o sostener: cada uno cede un poco; cedemos algunas de nuestras necesidades para satisfacer las del otro.  Los dos empujamos con la misma fuerza y mantenemos nuestros territorios.
  • Resistir: mantengo mi territorio con el peso de mi cuerpo, sin empujar.
  • Aunar: ambas partes satisfacen sus necesidades.  Parte de la premisa de que la otra parte trata de satisfacer una necesidad.  Hay un movimiento de acompañamiento mutuo en torno a los límites de ambos territorios, con el que ambas parten reconocen y aceptan las necesidades, sentimientos e intenciones de ambos, y se exploran soluciones potenciales que satisfagan a ambas partes.  La atención se centra en el ser humano que hay detrás de cada acción, trascendiendo el juicio de bueno-malo, culpable-inocente.

Ninguna de estas formas es necesariamente mejor que otra, depende del criterio que utilicemos.  En términos de adaptación y supervivencia, cualquiera de ellas puede resultar adaptativa en una situación concreta,  aun cuando nuestro juicio moral (y legal) sancione la violencia.  Pero, ¿qué haría si alguien me atacara a matar con un arma y sintiera mi vida en peligro?  En otro tipo de conflictos “cotidianos”, trascender la violencia con la estrategia de aunar exige conciencia, apertura, creatividad y tiempo.  Implica renunciar a decidir quién tiene la razón o quién es el culpable.  “El objetivo del guerrero no es ganar la guerra, sino acabar con la guerra, conseguir la paz” (Quintillá, Creixell, 2017).  Porque lo cierto es que no hay nadie a quien culpar.  Yo soy el único responsable de satisfacer mis necesidades, ¿a quién voy a culpar de no satisfacerlas?

En un terreno más práctico, el paradigma de la comunicación no violenta propone varios “pasos” (no necesariamente lineales, por supuesto) para resolver nuestros conflictos cotidianos mediante la estrategia de aunar:

  1. Asumir la premisa de que el comportamiento del otro responde a una necesidad no satisfecha.
  2. Empatía: ¿cómo se siente el otro?¿Qué necesidades trata de satisfacer? Ponerse en su lugar, conectar con él de manera auténtica, sin dar nada por sentado, sin proyectar, diferenciando sus sentimientos y necesidades de los míos.  Hacer hipótesis y preguntar si es necesario.  Cuando el otro se siente reconocido, “visto”, su posición defensiva empieza a deshacerse.
  3. Autoempatía: ¿cómo me hace sentir ese comportamiento y/o la situación? ¿Qué necesidades tengo yo?
  4. Expresar mis sentimientos y necesidades ante la situación y/o comportamiento del otro, para facilitar que el otro pueda conectar conmigo y, por tanto, colaborar.
  5. Hacer una petición: ¿estarías dispuesto/a a…? O valorar las peticiones del otro, buscando una solución creativa que satisfaga a ambas partes.

Si dirigimos la atención a las necesidades, a las emociones que éstas generan, y nos responsabilizamos de ellas con una mirada abierta y compasiva, es más fácil que el conflicto se convierta en oportunidad.  

 

Referencias:

Kashtan, I. (2014).  Ser padres desde el corazón. Compartir los regalos de la compasión, la conexión y la elección.  Acanto.

Quintillá, M., Creixell, R. (2017).  Taller “El guerrero interior”.  Institut Gestalt de Barcelona.

Rosenberg, M. (2017).  Comunicación no violenta. Un lenguaje de vida.  Acanto.  

Brach, T. Tomando conciencia a través del conflicto.  https://youtu.be/qZgYs8lmeB4

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